viernes, 18 de noviembre de 2011

Mi parto


 


    Como ya he anunciado en alguna ocasión, me debo una crónica (siento que tenga que ser extensa) del nacimiento de mi hija Aitana: "mi parto". Sí, también mío, porque aunque la naturaleza me haya privado de poder engendrar a un bebé y dar a luz, no ha podido robarme la experiencia, gracias a que mi pareja quiso que la acompañara en este momento, de ver nacer a quien ocupa hasta el más recóndito hueco de mis entrañas.

    Leyendo en voz alta "La Revolución del Nacimiento" (de Isabel Fernández del Castillo) en la cama, nos dieron casi las dos de la madrugada. Nos rindió el sueño y apagamos la luz. Tres cuartos de hora más tarde una fuente de vida se abrió paso: Sara rompió aguas. Y poco a poco salió el tapón. Era agua limpia, cristalina, caliente... No olía. No sé por qué motivo hice un hueco en mi mano y probé el mar donde había navegado mi hija durante 39 semanas ante la mirada atónita de Sara. Sorbí porque quería vivir cada momento y experimentarlo. Era algo salada, pero agradable. Mi hija lo tragaba a diario: ¿por qué no iba a hacerlo yo?

    Mientras Sara se dio una ducha, recogí algunas cosas innecesarias para llevarnos al hospital. Yo también rompí la fuente: hasta 14 veces oriné antes de irnos. Le pregunté si se sentía con fuerzas para tenerlo en casa (ya lo habíamos hablado) y su respuesta fue la misma de siempre: "no estoy del todo segura". Llamamos a los dos hospitales que habíamos previsto para que atendieran el parto por si estaban de guardia los matrones o matronas con los que meses antes habíamos hablado, conocedores de que ellos respetaban la voluntad de la mujer de decidir cómo parir y apoyaban los partos naturales. No hubo suerte. Aunque habíamos presentado un plan de parto, no siempre te respetan.Ya haríamos valer nuestros derechos. Y así sucedió.

    Estuvimos casi cinco horas en casa, mientras notaba contracciones dispersas y dilataba poco a poco, en tranquilidad. Sara se puso a hacer ganchillo con sosiego: eran unas gasas para Aitana que le faltaban cuatro detalles. No llamamos a nadie para evitar rivalidades ni favoritismos entre ambas familias: todos quieren ayudar. Yo no iba a conducir porque debido a mis problemas cardíacos dejé de hacerlo hace un tiempo. Un taxi nos llevó al hospital, a 5 minutos de casa. Llegamos, insistimos en que quería cama, una revisión inicial, nos dieron habitación y a esperar. Avisamos después a algunos familiares que nos acompañaron hasta las 6 de la tarde, cuando ya las contracciones venían cada 15 ó 30 segundos. Sólo un par de tactos, 10 minutos de monitorización, plena libertad para andar ayudando a dilatar. Sin sueros, sin vía, sin enemas, sin oxitocina sintética, sin rasurar, sin ayuno... No hubo agobios ni imposiciones y aún así, como era de esperar, las dilatación se estancó durante unas horas. Varios paseos por el pasillo abrazados hicieron el resto y todo estaba dispuesto.

    Dolía demasiado, casualmente cuando una matrona con poca vocación y algo de mala leche le dijo que no empujara, que sólo estaba de 4 centímetros. Sara ya la sentía y dio un grito: "Yo empujo". Se acercó una ginecóloga, amablemente le pidió permiso para hacerle un tacto. Y efectivamente ya estaba ahí. Ella se había tomado la molestia de leer el plan de parto y nos dejaron solos en una habitación, en la cama, con hilo musical y nada más. La epidural y todo lo sintético se quedó en la vitrina. Y el potro obstétrico, allí en la habitación de enfrente.

   Y agarrada a mí con una mano, la otra en una de sus piernas y casi sentada en la cama (quería hacerlo de pie, pero le temblaban demasiado las piernas), entró en trance. Estaba como perdida, concentrada, sintiendo cada contracción y cómo bajaba Aitana. Ya no dolía tanto: la esperanza del nacimiento y el cuerpo, que es sabio, apaciguaron el dolor de forma natural. Ya asomaba la cabeza tímidamente, ella lo sentía y yo veía nacer a mi hija. El personal médico respetó los tiempos. Sólo se acercó un par de veces a la puerta entreabierta preguntándonos si iba bien. Salió su cabecita y Sara se relajó. Yo la estaba viendo salir. Me latía el corazón más rápido que nunca. La emoción me dejó perturbado pero atento, nervioso pero calmado, compungido, con ilusión: la mayor ilusión que he sentido (y creo que sentiré) nunca.

    Me pidió que llamara a la matrona. Entró la ginecóloga y una matrona. Ya estaba casi todo hecho. No hizo falta episiotomía. Ya iba a nacer, pero las contracciones desaparecieron. Un último empujón y a Aitana no le dio tiempo de rozar las sábanas cuando Sara entre gritos de alegría y lágrimas en los ojos la cogió con sus manos y la abrazó en su pecho. Llorábamos los dos, aferrados a nuestra hija. Ya estaba aquí, era preciosa: ¡Qué bonita es! ¡Qué bonita es!

    Mi hija estornudó limpiándose y se mordía los puñitos mientras la acariciábamos. Resbalaba, toda cubierta de vérmix. Yo tenía el cordón agarrado con una de mis manos, esperando a que dejara de latir. Al rato,  lo corté. Ya estaba unida a nosotros por lazos más fuertes. Poco después salió la placenta.

    No nos separamos ni un momento desde que llegamos al hospital. Siempre estuve con Sara a pesar de que en algún momento intentaron que me fuera . Tampoco me separé de ella y de mi hija cuando nació. No nos la arrebataron. Siempre con mamá. Otras veces en mis brazos. Al cuarto de hora de nacer ya estaba mamando. Cuarenta minutos saboreando una teta. Diez con la otra y a la habitación. Era evidente que el útero se había contraído bien. No había sangrado, ni restos. Seguíamos llorando. Besamos a la ginecóloga por habernos respetado e incluso hubo una matrona que también lloró. El parto fue precioso. Sara salió al pasillo con una sonrisa y diciéndole a nuestra familia que quería volver a vivirlo. Aquello fue maravilloso para todos.

  Y así, en su cama, pegada a mamá estuvo Aitana desde que nació el 2 de enero de 2010 a las ocho y diez de la tarde, con calor y teta. La cuna nos parecía fría y cruel. Estaba mejor en el regazo de su madre y en mis brazos a ratos. Ni una vacuna, ni un pinchazo, no queríamos que la lavara un extraño bajo un grifo: ya habría tiempo en casa para que nosotros le diéramos su primer baño. Yo le curaba el ombligo...Y así sigue. Ahora mientras escribo, 22 meses después, Aitana está durmiendo la siesta con su madre, mamando, con el calor que le dio al nacer. Y así duerme de noche, los tres en la misma cama. Y así ha ido durante el día, en los brazos de sus padres.

    Llegaron los Reyes al Hospital y yo seguía llorando de emoción. Me llamaban los amigos y volvía a llorar. Parecía que el baile hormonal que sufre la mujer tras el parto Sara me lo había contagiado. Hace poco leí que la testosterona baja de nivel cuando se tienen hijos, con la crianza en sí. Yo la debía tener por los suelos y así ando, que quien no me llama blandengue me llama "marujo" por expresar mis sentimientos, por vivir la paternidad con intensidad y conciencia, porque mi hija me ha trastocado los esquemas de valores y mi concepto de felicidad.

   Así lo viví yo y así lo vivo. Y aunque podría tirarme horas escribiendo cómo lo percibí, creo que nunca tendré palabras para expresar cómo fue realmente. No existen, sería limitar un sentimiento, cortarle las alas a algo tan bonito...

13 comentarios:

Laura Nogueras dijo...

Es la primera vez que leo el parto "de boca" del papá..¡me ha encantado!.
Felicidades por ese nacimiento tan bonito y respetado.
Un abrazo!

Kiko Valle dijo...

Gracias Laura!!! Algo tenemos que decir los papás jeje la verdad es que tuvimos la suerte de tener un parto respetado aunque en dos o tres momentos le plantamos cara al personal que quería hacernos entrar en su protocolo hospitalario. Mi mujer no estaba para tonterías y yo conocía sus derechos (y los míos y de mi hija) y plantando cara y firmeza, nos respetaron.

Saludos y gracias por pasarte y comentar. Tengo pendiente una conversación sobre música contigo jeje

Yolanda Lozano dijo...

Si me he emocionada yo con sólo leerlo...como deberías estar vosotros!!!?
Es raro leer los sentimientos del hombre. Me ha encantado.
Gracias por compartirlo con nosotr@s.
Un abrazo para ti compi y para tu mujer (y un besazo para Aitana que, a través de las letras de su papá también la vamos conociendo y seguro que es una niña preciosa y muyyyyyyyyyyy feliz).

Yolanda Lozano dijo...

No te digo yo, si es que estoy hasta nerviosa trás leerlo y ya no me responden los dedos jejeje. Quería decir :"Emocionado", "cómo deberíais". Ahora sí, creo XD.

Kiko Valle dijo...

Muchas gracias Yolanda. Me alegro que te haya gustado. Para nosotros fue la mejor experiencia de la vida.

Te espero por aquí en los siguientes comentarios jeje

Patricia dijo...

Absolutamente precioso!!! Es una maravilla que hayas podido vivir y sentir el nacimiento de tu hija como si de ti hubiese salido porque es lo más extraordinario del mundo...gracias por compartir con nosotros tus sensaciones, tus emociones y tu sensibilidad..te felicito Kiko
Un saludo.

Kiko Valle dijo...

Muchas gracias Patricia!!!! Sólo hay que dejarse llevar por los sentimientos y abrir la mente. O tener una mentalidad diferente (un guiño jeje) ante la paternidad sin ataduras ni prejuicios.

Gracias por pasarte y comentar.

Marilo dijo...

Es tan hermoso!!! Rompes muchos mitos y traspasas las barreras y los tópicos sobre emociones en los hombres y roles sexuales. Me siento orgullosa como mujer de tus aportaciones como hombre. Ambos, como PERSONAS podemos sentir emoción hasta vibrar. Enhorabuena!!
Soy Mariló, estudiante de Educación Social, recién incorporada al mundo del blog y fascinada por todo lo que descubro y comparto.
Te invito al mío: http://marilo-educacionsocial.blogspot.com/
Un abrazo

Kiko Valle dijo...

Gracias Mariló!!! Me vas a sonrojar jeje. Creo que hay muchos hombres que sienten lo mismo pero no son capaces de verbalizarlo por "miedo" a los prejuicios y romper su imagen saliéndose del estereotipo. Por supuesto que me pasaré por tu blog. Dame sólo un poco de tiempo jeje. Voy atrasado en los estudios y otros asuntos. Seguimos en contacto y gracias de nuevo.

eviki dijo...

me he emocionado y todo uf,me encanta expreses tan tan bien sus sentimientos,y que hayas sentido el parto como igual a tu mujer,es un privilegio lo que has vivido y la manera en la que lo has vivido. enhorabuena por ese parto que tuvisteis y por la preciosa criatura que tenéis. me gusta cómo piensas por eso con tu permiso me quedo por aqui y te sigo. te invito a que visites mi blog:http://yasomostresencasa.blogspot.com/
saludos¡¡¡

Kiko Valle dijo...

Muchas gracias Eviki. Me siento privilegiado, cómo no. No hace falta que me pidas permiso, esta es tu casa jeje. Echaré un vistazo a tu sitio y comentaré alguna cosilla. Un saludo y seguimos en contacto.

Meri dijo...

pues con lo maravilloso que fue el parto animaros con el 2º, haz caso a tu mujer.si estais preparados

Kiko Valle dijo...

Seguramente nos pongamos manos a la obra jejeje. El miedo seguirá, pero ahí estamos casi convencidos jeje

Saludosssss

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