domingo, 13 de enero de 2013

Así no se juega






    Al grano: ¿Por qué pensamos los adultos que podemos enseñar a jugar a los niños cuando si en algo son expertos es precisamente en el juego? No voy a dedicar esta entrada a desvelar las virtudes y beneficios del juego espontáneo, no dirigido en los niños (y no tan niños), sino a criticar nuestra insistencia en que las formas de jugar sólo tienen un camino.

    Un niño coge una cacerola como tambor, otro como sombrero, quizás llegue un tercero que le sirva de bañera, o de sillón, de rueda, de... A veces se divierten (la mayoría de las ocasiones) más y mejor con una simple caja de cartón, por las opciones que ofrece y potencian además su creatividad hasta límites insospechados.

    La imaginación de un niño casi no tiene fronteras y si le dejamos fantasear, experimentar, probar... dentro de unos límites mínimos que garanticen su seguridad física y vital, guardarán esa madurez creativa que les permitirá en un futuro saber adaptarse, tomar decisiones, solucionar problemas y divertirse. En el presente, "pasárselo como un cochino en un charco", a su ritmo, aprendiendo y forjando una buena autoestima.

    Nuestros hijos viven sobreestimulados. Tienen demasiadas cosas, poco tiempo libre, mucha tele y poca calle. La juguetería en casa, vamos. Mil opciones donde elegir y todas muy apetecibles. Y si no, ya se encarga la publicidad de que lo sean. No saben a qué acudir. El ritmo vertiginoso de los continuos cambios de plano de la televisión, los estrepitosos flashes, los anuncios de 15 segundos... imponen un ritmo rápido, sin lugar a la recreación, el análisis y la atención. Engullen dibujos animados y todos los programas de adultos con sus nefastas consecuencias durante varias horas al día, después de venir atiborrados de clases, deberes, actividades extraescolares... Es imposible que aprendan a gestionar su tiempo y que lo reclamen para ellos, que se les tenga en cuenta y puedan tomar sus decisiones.

    Del sistema educativo, el fracaso escolar y el daño que hace el colegio me extenderé en otro momento. De la ineficacia de los deberes, también. Y de otras muchas cosas más que no citaré siquiera. Porque lo que quiero denunciar desde esta humilde tribuna es la actitud de muchos padres y educadores de castrar las alternativas que puede ofrecer un juguete con la imaginación de un crío.

    Está bien que reconduzcamos las pulsiones agresivas y encaminemos los esfuerzos por que cuiden el material. El suyo y el ajeno, pero aparte de esto, dejémosle absoluta libertad para trastear con los botones, salirse de la raya al pintar (sí, sí, ya sé lo de la psicomotricidad fina y hablaremos de ello) descubrir por sí mismos para qué funcionan, cómo se abre alguna pieza, por dónde entra otra, cómo se acciona cualquier función... y que surja el asombro, se dé la sorpresa y la enorme satisfacción de encontrar por sí sólo la solución, el tesoro: ¡Eureka!

    Si un niño no sabe usar un juguete para nada, quizás no sea apto para su edad. Si se aburre, además puede que no fomente aptitudes en las que tiene destreza o sea demasiado facilón y obvio. O que ya esté domesticado en el usar, probar y tirar. Y a por otra cosa de la estantería.

    ¡Ojalá sirva de reflexión! Y cuando veamos que nuestro hijo usa la espumadera como palo de golf, la cámara de fotos como teléfono, la carísima bicicleta que le han traído los Reyes del revés como puesto de algodón de azúcar o qué se yo, no le digamos el pesado "Así no se juega".

domingo, 28 de octubre de 2012

La voz materna


    Hoy cedo mi sitio para compartir una entrada de un blog amigo que me gusta muchísimo. Se trata de  Mi mamá me canta , de Laura Nogueras, a quien desde aquí le agradezco sus artículos, comentarios y el buen trato con el que siempre intercambiamos ideas en nuestros mails. Gracias Laura.



  Cuando hace cuatro años estaba embarazada de mi primer hijo, como muchas madres primerizas, leí numerosos libros sobre temas relacionados con los bebés. Entre otros, cayó en mis manos El Efecto Mozart para niños, escrito por Don Campbell (editorial Urano). En éste leí por primera vez sobre la importancia de la voz materna para el correcto desarrollo intelectual, físico y afectivo de los recién nacidos.

El oído del bebé intrauterino empieza a funcionar entre el 4º y el 5º mes de gestación. Los primeros sonidos que percibe son los que provienen del organismo en el cual se está desarrollando (sobre todo, el del latido del corazón) y los de la voz de su madre.

Hasta que nazca, y durante varias semanas más, la voz materna será el sonido más importante y atractivo que oiga. Mediante su voz, la madre podrá “conectar” con su hijo aún no nacido. Sin duda, ésta reforzará el vínculo entre ambos. Además, durante su vida intrauterina, el bebé estará atento a todos los aspectos del tono de voz y de la entonación del habla de la madre, lo cual le llevará a “grabar” su idioma materno y, en consecuencia, a preferirlo por encima de los demás cuando nazca y a cimentar su aprendizaje.

La voz de la madre gestante se vuelve aún más especial para su hijo cuando ésta lecanta. Según D. Campbell, cantar hace circular vibraciones energéticas por los músculos y los huesos tanto de la madre como del hijo, produciendo una sensación de masaje interno entre madre y bebé. Esto proporcionará a ambos una sensación de tranquilidad y bienestar que, por otro lado, es fundamental para el correcto desarrollo del niño (en todos los sentidos) dentro del útero.

Muchas madres consideran que su voz no es bonita o afinada y que, por tanto, no va a ser positivo cantar a sus hijos. En realidad, no hace falta cantar perfectamente. Lo más importante para un bebé es el contacto amoroso con su madre, a todos los niveles . Para él, su madre es la persona más especial del mundo y su voz (igual que su olor, que su tacto, que su leche...), insuperable.

En el momento del nacimiento, desde el primer momento que la madre tiene en brazos al bebé, se siente, de manera totalmente espontánea y natural, el deseo de cantarle. En este sentido, puedo explicar que al cabo de un tiempo de nacer Héctor, mi hijo mayor, ví un vídeo que su padre gravó unos minutos después de que yo diera a luz, mientras ambos estábamos “piel con piel”. Héctor lloraba desesperadamente y yo, instintivamente, empecé a cantarle para que se tranquilizara; la verdad es que no recordaba haberlo hecho (quien haya pasado por un parto sabrá que, por la intensidad del momento, hay muchos detalles que se olvidan...), pero me pareció muy bonito ver que los primeros minutos de mi vida como madre los pasé cantando a mi hijo (¡ y ya os expliqué lo bien que canta élahora!).

Durante las primeras semanas de un bebé, el canto de la madre es, quizá, aquello que más le tranquiliza; sin duda, éste les hace recordar su paradisíaca vida dentro del útero. Además, según investigaciones recientes, el canto materno es, seguramente, la mejor iniciación musical que un niño puede tener (podéis leer sobre esto en el libro ¿Se nace musical? de Johannella Tafuri, de la editorial Graó). Parece ser que los niños cuyas madres les han cantado tanto durante su periodo de gestación como durante los primeros meses/años de vida, desarrollan más y mejor su oído y su musicalidad y que, por tanto, tienen una mejor base tanto para cantar como para tocar un instrumento.

De hecho, el canto materno se ha utilizado, incluso, como una “herramienta” terapéutica en el Método Tomatis, tal y como podéis leer aquí.

Para acabar esta entrada, quisiera compartir con vosotr@s una cita de Enrique Morente, que, en pocas palabras, resume lo comentado:

“El cante me viene de mi madre. Ella no era cantaora, pero de su voz viene todo. De ahí procede”

domingo, 14 de octubre de 2012

De vuelta a las (j)aulas


    Nos pasamos la vida reprimiendo la libertad de los niños. Abusamos del poder que como adultos presuponemos que nos corresponde y en aras de su bienestar o de un futuro prometedor, de un mañana en el que serán personas "bien educadas", nos cargamos la infancia. Por culpa de nuestros miedos, de nuestras frustraciones, de nuestra infelicidad, de nuestro "querer aparentar"... descargamos en ellos todo nuestro malestar. Entiendo y supongo que inconscientemente.

    Nos pasamos la vida enjaulándolos, apartándolos de nosotros cuando nos necesitan y llamándolos cuando no vienen porque ya se han ido. El otro día leí no sé dónde que la maestra llamó a tutorías a una familia porque tenía que "mandar a callar" a su hija muchas veces en clase. Pero curiosamente luego les recomendó que para mejorar su fluidez verbal le dieran la máxima conversación posible ¿? También encierran su voz , su emotividad, su pensamiento... Represión y más represión.

    Se aparcan a los niños en el colegio. Muchas familias pensando además que es lo mejor para ellos. Al igual que piensan que es malo cogerlos en brazos o atender su llanto, entre otras muchas cosas. Pero, empecemos por el principio.

    Nacemos y nos meten en una cuna de plástico esterilizada en el hospital. Nos llevan en un maxi cossi de última moda, o en un Moisés hasta casa. Para dormir, en una cuna con barrotes. Para jugar durante el día, en un parque de juegos. La siesta en la mini cuna, el paseo en el carrito, a comer en la trona... Con pocos meses a la guardería, sin mamá, ni papá ni ninguna figura de apego familiar (o no), con unos exteriores perfectamente vallados. Por las tardes, al parque: de nuevo delimitado y "acordonado". Más "mayorcitos" (con sólo tres años) al colegio que, por cierto, recuerda incluso en su estructura arquitectónica a las fábricas y las cárceles: ¡Qué casualidad! Largos pasillos o patios interiores que albergan galerías en varias plantas con clases llenas de presos... Digo, de niños, que se mueven a golpe de timbre -o se quedan sentados esperando al nuevo profesor- (cuando quizás están más entusiasmados algunos, otros no: los que están deseando que acabe, que son la mayoría) para cambiar de tarea o asignatura. Un ratito para el esparcimiento y desayuno (el bocadillo de la fábrica o el patio de los reos) y a seguir. Después las actividades extraescolares, que paradójicamente, muchas de ellas son el "refuerzo" de las escolares. Otras muchas, no elegidas por los niños y algunas en las que se divierten. ¿Dónde está el tiempo libre? ¡Ah! No se preocupen porque seguro que después de hacer los deberes, sus padres les dejarán ver un par de horas la televisión. La cena, la ducha (si es posible a la misma hora siempre), a ver los Lunnys y a dormir "(...) que tus padres quieren vivir". Como diría la sintonía de "El Hormiguero".

    El verano casi siempre es otra cosa: vacaciones, tiempo libre, naturaleza, playa, correr, saltar, leer y hacer lo que al niño le apetece, le gusta y quiere. No hay tantas barreras. Y los padres, algo menos estresados del trabajo diario, los objetivos y el horario, se dejan llevar y a veces hasta son felices incumpliendo las normas con sus hijos.

    Es normal que haya tantos llantos, depresiones y problemas de todo tipo cuando los niños están de vuelta a las jaulas. 

   Para reflexionar un poco, vamos. Otro día (mañana mismo, porque el cole da mucho de qué hablar) ahondaremos en estos asuntos. Es sólo... "un poné", digamos. Digamos los andaluces, ya saben, claro.

domingo, 16 de septiembre de 2012

El enemigo en casa




 

    Si alguno de ustedes ya se ha paseado por mi blog podría extrañarle el titular. Pero, efectivamente, no me refiero al niño como enemigo sino a la pareja. Es duro pensarlo, pero sucede en más ocasiones de las deseables. No se trata de un enemigo acérrimo con el que no se pueda convivir, aunque hay familias que sufren separaciones por cuestiones de crianza, ya que sus posturas son tremendamente radicales. Y es que casi nunca se habla en profundidad sobre la forma de criar y educar a los hijos durante el noviazgo porque parece algo sabido, que tiene que ser así, de tal manera: "como siempre". Craso error.

    A veces la maternidad o la paternidad nos sorprende y zamarrea. Hace que nos cuestionemos las formas. Incluso la educación recibida. Las bienintencionadas "indicaciones" de nuestros amados padres, también. Se cambia de opinión con facilidad al sentir piel con piel a un hijo, al mirarle a los ojos, respirar su olor, acurrucarlo y quererlo apasionadamente, visceralmente; como hay que querer. El encontronazo con la pareja es tremendo cuando no surge la sintonía, cuando no se despierta en el otro esa conexión natural, instintiva, antigua y salvaje que nos libra de la ceguera aprendida, domesticada, culturizada (en el sentido de mal intervenida y modificada).

    Casi siempre es la madre la que opta por otro tipo de crianza: la natural. Pero es que no cabría citarla como "otro tipo de", sino la única y exclusiva. No hay opciones que valgan. Y casi siempre es la madre porque es la que vive en sus carnes la concepción, la gestación, el parto, el amamantamiento... Es la que está preparada genéticamente desde los orígenes y la que entrega su cuerpo como cobijo para lo más querido del mundo: su hijo. Disfruta de todo el proceso hormonal necesario y sabio, primigenio, que no necesita instrucciones. Lo vive.

    Pero desgraciadamente, la intervención cultural a través de los medios de comunicación, algunas religiones, los comentarios de familiares mal informados (por muchos hijos que hayan tenido), la medicalización del parto y todo lo que conforma el ideario del nocivo patriarcado reinante, adormecen el instinto maternal y no dejan actuar al cuerpo para alcanzar el placentero éxtasis de ser madre. Pero serlo con todas sus letras y las implicaciones naturales que conlleva.

    Resulta incluso complicado en la época en la que vivimos diferenciar el instinto de lo cultural. Están tan arraigadas ciertas conductas que a pesar de no sentirlas se imponen en la madre creándole sentimientos contradictorios que ofuscan y entorpecen la relación madre hijo deteriorando el vínculo que debería existir.

    Incluso si consigue despojarse de toda agresión social, las recomendaciones, el protocolo médico... y conecta con lo natural, hay grados. Hay situaciones conflictivas que no sabe resolver desde el amor incondicional. Porque probablemente no es lo que ha vivido, no es lo que ve y no es lo socialmente reconocido.

    Hay madres que dan el pecho pero castigan. Unas duermen con sus hijos pero obligan a comer. Otras saben escuchar pero no cogen en brazos a sus pequeños. Muchas amamantan, escuchan, portean... pero vacunan o escolarizan. No hay una lista, un decálogo de la buena madre, entre otras cosas porque es subjetivo, ya que depende de quién juzgue, aunque cuando entra en juego el instinto la madre no se juzga demasiado y se deja llevar hasta donde la detengan. Tampoco se preocupa en este caso de cómo debe ser. Sólo es.

    La crianza natural no es una Biblia con postulados fijos que haya que cumplir para entrar dentro del saco. Hay que sentirla para ponerla en práctica. Hay que sentirse bien al hacerlo. Si no, se cae en la artificialidad de la desnaturalización de lo que para cada uno es lo natural, por mucho que creamos que es obvio lo que lo es o no. Dependiendo de la capacidad de percibir su ceguera se ven posturas más o menos extremas.

    No por ser hombre se tiene que carecer de esa sensibilidad p(m)aternal. Y son cada vez más los padres que abren su cuerpo (y su mente) a vivir su paternidad desde la perspectiva que nunca se debió perder. Hay quien pretende insultar diciendo que están "amariconados", que son demasiado "sensibles", "blandengues"... Pero no ofende quien quiere sino quien puede. Para las madres, nuestras parejas y pocos más son "padrazos".

    Tanto si se es madre o padre, cuando las tendencias en la crianza y educación confrontan con las de la pareja surge un gran problema. El perjudicado, para variar: el niño. No lo podemos permitir. La madre en sus trece y el padre en sus catorce. El todos a una  no sirve. Las discusiones están a la orden del día y el ambiente familiar se resiente, queda herido. El niño lo ve y lo sufre. Está confundido con el trato distinto y si disfruta del apego de ambos, sus vínculos emocionales le impiden posicionarse (creo que tampoco sería bueno). Los reproches entre sus padres, el desprestigio de los límites que cada uno "impone", las diferentes formas de educar en definitiva, conducen a mal puerto.

    En el mejor de los casos, dialogando, se suele pactar entre la pareja dónde se está dispuesto a ceder (con disgusto) y en qué circunstancias no, cuándo actuar de una forma u otra... Pero concepciones radicales de la maternidad y la paternidad desembocan con frecuencia en una ruptura o conforman un ambiente tenso y desagradable para toda la familia cada vez que se da un conflicto.

    Es fácil que se perciba así a la pareja como el enemigo, ya que dificulta "tu" labor en la crianza, a pesar de que se sabe que es cosa de dos. O incluso de "toda una tribu". Quien se cree poseedor de la verdad en este arduo camino de guiar a nuestros hijos no quiere permitirse el lujo de equivocarse por ceder ante las propuestas de la pareja. Y como ya comenté más arriba, casi siempre es la madre quien pretende hacer valer su "método" frente al del padre porque "los hijos son de las madres", "porque ellas los han parido". Sea cual sea el método, más o menos alejado de la crianza natural.

    Muchas madres que hayan leído hasta aquí se verán reflejadas porque sus parejas, los papás de sus hijos no están de acuerdo con ellas. Otras hacen y deshacen lo que quieren porque sus parejas "no se entrometen en esas cosas", algunas tienen la suerte de compartir las ideas... Pero estoy seguro de que son pocos los padres que intentan fomentar la crianza natural y sus parejas, las mamás de sus hijos, no desean hacerlo así o no hasta el punto al que ellos quieren llevarlo. Estos "bichos raros" también sufren. No son "marujos", "radicales", "blandengues"... Sólo son padres con una visión distinta que han sabido conectar con su hijo desde su viejo instinto animal y pretenden además conseguir que la madre consiga hacerlo hasta en los detalles supuestamente más insignificantes.

    No tengo la receta para solucionarlo. Sólo reflexiono y dejo el debate abierto. Aunque es evidente que una buena comunicación antes de ser padres, la empatía, el acuerdo, la puesta en común... arreglaría bastante el asunto. Pero cuando la maternidad o la paternidad nos absorbe y cambia nuestra escala de valores, todo lo anterior se va al garete.

    Desde mi punto de vista, la información veraz sobre el embarazo, el parto, la lactancia, la psicología infantil, la educación y la crianza natural ayudan notablemente. Los "libritos" sobre estos temas, denostados por muchos por creer que no se necesitan instrucciones para ser madre o padre (cierto es, pero matizando muchísimo: y de esto podríamos estar discutiendo toda una vida), son una herramienta fundamental para abrir los ojos si no te los ha abierto tu hijo. De educación habla cualquiera (yo también lo estoy haciendo ahora): todo el mundo opina, aunque la mayoría de las veces sin fundamento. Y para cada teoría que apoye los métodos conductistas en educación, hay otras que lo rebaten desde la crianza natural y al revés. Pero si nos dejamos de teorías y nos escuchamos las entrañas, seguro que optamos por el camino más seguro. ¿A quién no se le cae el alma cuando dejan llorar desconsoladamente a un niño en su cuna con los brazos extendidos pidiendo que lo cojan? ¿Qué madre o qué padre no siente la imperiosa necesidad de acurrucar en su regazo a su hijo? ¿Qué madre no se ha sentido mal al castigar a su hijo por cualquier nimiedad propia de la edad que tiene? Y lo peor es que con frecuencia es por aparentar ante los demás ser unos padres estrictos y autoritarios. Como si eso fuera bueno. Y en casa, obran de forma distinta o sucumben ante las plegarias del crío.

    Y en esas estamos. Ahí lo llevas. Y como aquel que dijo: " Ahora vas y lo cascas".

 

sábado, 15 de septiembre de 2012

Retomando

    Tras unos cuantos meses de sequía bloquera por mi parte, retomamos este sitio. Acabo de publicar un artículo sobre los anticipos de sufrimiento y tengo muchas ideas en cola esperando los ratitos de soledad ante el ordenador. Nos vemos por aquí con más frecuencia.

    Gracias por seguir entrando y por comentar.

    Abrazos.

Anticipos de sufrimiento






    Prevención. Con el pretexto de la prevención se actúa descaradamente en nombre del bien. Prevenir mejor que curar. "Hay que acostumbrar a los niños a situaciones estresantes para que sepan afrontarlas en un futuro". Con este absurdo lema, adelantando un sufrimiento innecesario,  muchas familias juegan con sus hijos. Increíble pero cierto. Las excepciones que confirman la regla se vuelven norma ante rebuscados supuestos. "Déjalo a cargo de la vecina todos los días mientras te vas al spa a disfrutar de tu merecido tiempo para cuando te ingresen taitantas semanas en el hospital por una mordedura de serpiente tailandesa albina". Ya sé qué es inverosímil, pero no crean que muchos argumentos distan de este que invento ahora.

    Los adultos no nos pasamos la vida sufriendo hoy lo que pueda ocurrirnos mañana de forma fortuita e inesperada. Tampoco deberíamos imponerle este sistema a nuestros hijos. La vida sabrá ponerle las trabas suficientes para que de forma natural aprendan a superar la frustración. Cuando llegue el momento.

    Lo que ocurre es que resulta tremendamente fácil criar a los hijos prestándolos a familiares, amigos y "cariñosas canguros". Abandonarlos (suena fuerte pero es así) desde los cuatro meses en la guardería (o escuela infantil, para que suene mejor), aparcándolos en el colegio desde los tres años, a pesar de que no es "obligatorio" hasta los seis, y "regalarles" supuestos ocio y formación en cuantas más actividades extraescolares mejor. Al llegar a casa, un poco de tele, cena, ducha y a dormir. Así, molestan muy poco. ¡Ah! Y se acostumbran a la disciplina horaria del trabajo aborregado del futuro. Y si lloran, que se acostumbren: es bueno para los pulmones. Y así sin más, sentencian muchos.

    Escucho a madres que argumentan su opción de no amamantar, porque no pueden dejar el trabajo y a los cuatro meses no estarán ahí para cubrir sus demandas. Y, total... "para cuatro meses, no le doy el pecho (y de paso no se me cae)". Ingénuas. A lo último me refiero. Otras (y otros, por supuesto) no quieren coger demasiado en brazos al bebé porque se "malacostumbra". Tampoco quieren dormir con ellos porque piensan que es lo mejor e indispensable para su autonomía desde edades muy tempranas, privándoles de la gestación exógena, el contacto físico, el calor, la seguridad... En definitiva de las necesidades básicas de un bebé. Eso sí: para que no sufra cuando llegue el día en que "tenga" que dormir solo. "Porque si no, estará en mi cama hasta los treinta años". ¿De verdad lo creen?

    Se compran el macabro libro de Estivill para "enseñar" a dormir a sus hijos y piensan que funciona sin dejar huellas imborrables del maltrato. Y el que ha leído se ampara en la resiliencia para aducir que "no pasa nada". Así se acostumbran. Y a lo que realmente se acostumbran es a sobrellevar esas deficiencias vitales, a resignarse, a que sus padres no estén cuando los necesita, al maltrato verbal y a veces físico, a que sus sentimientos no valen nada porque no son tenidos en cuenta o son "tonterías" de los niños.

    Y sin embargo, la mayoría de las ocasiones, estos mismos padres son sobreprotectores. ¿O debería decir dictadores? Con el fin de que no se hagan daño, "educarlos" bien en modales, que sean correctos y "sepan comportarse", tienen el NO en la boca todo el día. Perdón: el poco tiempo del día que están con ellos, coartando así su libertad de experimentación, su desarrollo psicomotriz, su infancia... Estamos robándoles su tiempo y su cualidad de ser niños por un control y protección excesivos. ¡No corras! ¡No grites! ¡No saltes! ¡No subas ahí! ¡No interrumpas! ¡Cállate! ¡Comparte! ¡Cómetelo todo! ¡No pintes! ¡No te salgas de la raya! ¡No te ensucies! ¡No juegues! ¡Duérmete! ¡Obedece! ¡Sé bueno! Y otras miles de órdenes casi siempre injustificadas y desde luego, la mayoría, innecesarias para el bienestar del niño. Aunque por supuesto, hay ciertos límites en cuanto al peligro REAL y la intromisión en las libertades e integridad de los demás. Pero sería muy extenso de abordar ahora. En otra ocasión como monotema.


    Después queremos niños mental y físicamente sanos, con un buen nivel escolar, alejados de adicciones y que nos quieran mucho. Estamos creando bombas de relojería y se piensa que sembramos niños modélicos para un futuro. Dejémosles ser. Simplemente eso. Y entre otras cosas, olvidémonos de sermones con anticipos de sufrimiento.

 

viernes, 13 de enero de 2012

Descubrir el útero paterno



 


    Parafraseando el título en español de la película de los hermanos Coen y copiando vilmente el de un blog de mi amiga Laura Mascaró, cada día pienso más en que "No es país para niños". ¿Y qué tendrá que ver esto con lo que encabeza la entrada? Dadme tiempo, por favor.

    Vemos el mundo desde la comodidad del metro setenta, sin flexionar las rodillas, sin tirarnos al suelo, midiendo con el rasero de un enfoque adultocéntrico, sin respetar lo que hay debajo, lo que va viniendo, lo que crece, nuestra sociedad del mañana: los niños. Necesitamos el abuso de poder, oprimir, humillar y castigar porque es lo que nos han enseñado (lo fácil) y lo que vemos a diario. Es curioso que la realización personal  se centra casi siempre en tener un empleo, en cumplir normas y recibir el premio a final de mes. Malvivimos para trabajar y nuestra reputación profesional es a veces la que más nos importa. Parece que se ha impuesto el "eres lo que trabajas" o peor aún "eres lo que ganas". Nos empeñamos en consolidar nuestra carrera. Nos formamos con ahínco, dedicamos la mayor parte de nuestro tiempo a enriquecer a los "superiores", se nos llena la cara de dientes cuando vemos el ascenso en nuestra tarjeta de visita: "María Malatesta. Director Comercial"; y hasta se perdona lo de "Director" en vez de "Directora" si hace falta porque "ya se sabe": la mujer tiene las mismas capacidades, es igualmente valiosa. Y lo demás son tonterías: cosas de la lengua.

    Permítanme decirles que creo que todo esto es culpa de la sociedad patriarcal en la que vivimos. Y el patriarca es un padre, no una madre. No tiene útero ni tetas. El machismo de antaño es peligroso. El de hoy también, pero urge más un movimiento matriarcal que el feminista, que se está quedando anclado en lo de concejal y concejala en vez de darse cuenta de lo que ocurre delante de sus narices. El mundo no se arregla equiparando el número de diputados y diputadas basándose en la igualdad. ¿Qué coño igualdad, si es que no somos iguales? Está bien que tengamos las mismas oportunidades, derechos, valía, sueldos... pero si tú, mujer, te quedas conforme con esto, arreglados vamos. Sé que es mucho, después de la discriminación histórica de la mujer y de ver cómo cada año siguen saliendo los recuentos de mujeres muertas a manos de sus parejas (hombres). Pero la cosa no queda ahí.

    Estoy plenamente convencido de que el mundo sería muy distinto si gobernaran las mujeres. Más aún si no hubiera gobierno. Maravilloso si nuestra sociedad se tornara en una sociedad matriarcal. Una vuelta a lo natural y ecológico es necesariamente una vuelta a la madre.

    Si nos arrodillamos a la altura de los ojos de nuestros hijos quizás entendamos el sentido de sus pataletas y aflore nuestro amor incondicional. Si respetáramos sus tiempos y detuviéramos el reloj laboral, quizás todo parezca más fácil. Si dejáramos de humillar y castigar a los niños, poniéndonos en su pellejo, sabríamos qué clase de personas somos, la que no queremos ser y cómo mejorarlo, dejando a un lado prejuicios y críticas de vecindonas y vecindones. Y a lo mejor hasta cambiamos la relaciones en el entorno de trabajo con el tiempo. Puede que curremos lo justo para vivir y disfrutar de la familia. Nuestra meta sería dedicar el tiempo a los seres amados y no habría carrera profesional que se antepusiese a la de ser hijo, hermano, padre... persona. Así enriqueceríamos a quien nos enriquece con sus caricias y sonreiríamos ante una tarjeta de visita donde figurara: "María Malatesta. Madre" ¿No es suficiente?

    En una sociedad matriarcal alejada de la buena prensa actual de la crianza conductista, el qué dirán y las malas lenguas, el niño no crece con las semillas de la violencia. No hay machismo donde hay madre, no hay golpes en el regazo de mamá, no hay frío en el útero materno, no hay opresión ni peligro si hay teta que chupar...

    Hay más igualdad permitiendo a una madre cuidar de sus hijos los años que necesite que con el acceso al mundo laboral en las mismas condiciones que el hombre. Hay más igualdad dejando optar a una mujer si quiere abandonar su carrera profesional para dedicarse en exclusiva a ser MADRE en vez de ser médica, por ejemplo. Hay menos discriminación normalizando el hábito de llevar los niños a trabajar a cuestas y mamando en un fular si así se decide que posibilitando la delegación del cuidado de tus hijos por terceras personas o lo que es peor: el Estado ¿? Hay más conciliación de la vida laboral y familiar eliminando las guarderías y dándole tiempo a los padres para que ejerzan de padres que gastándose millones de euros en subvencionar una "educación" de 0 a 6 años. Hay más respeto olvidándonos del feminismo en decadencia y apostando por una sociedad de madres, en definitiva.

    Así que a barrer el suelo que pisamos para limpiar conciencias. Los hombres vamos a bajarnos del burro y para arrimar el hombro y que se pueda vivir bien, dejemos de tocarnos los cojones mirando desde arriba y sentémonos en el suelo para pensar con el corazón y con el fin de unirnos más aún a las madres y nuestros hijos en la difícil tarea de crear y procrear para todos un mundo mejor, ahora, refresquémonos las ideas y nos vamos a descubrir el útero paterno.