miércoles, 30 de noviembre de 2011

"Papacito, cógeme"




    Lo reconozco. Yo compré un carrito. Como "todos" los padres. El mejor posible. De los mejores, el mejor. Y leí sobre ello. Pero parece cierto que "cuando un tonto agarra un camino, o se acaba el camino o se acaba el tonto". Eso ocurría. A veces nos centramos tanto en algo que no somos capaces de ver más allá. Como los pobres caballos, con los ojos casi tapados para que no desvíen la mirada. A El Corte Inglés, tarjetazo y a empujar.

   Han sido los mil y pico de euros peor malgastados por sus abuelos, que se lo regalaron con mucho amor y nuestras orientaciones. Y me pueden tachar de radical, pero un carrito no hace falta para nada, salvo para llevar la compra, los chaquetones de sobra y la cantidad de estupideces que con una buena previsión dejaríamos en casa.

    Otra vez nos damos de bruces con la naturaleza. Nos caemos de boca en la candela. Tropezamos. Y es que el instinto vuelve a ser el viejo sabio que asoma a la cabeza y los corazones de los que se dejan. A los niños hay que llevarlos en brazos. Es muy simple. No hagan caso de pediatras comprados, psicólogos trasnochados, familiares y amigos que intentan hacerles ver lo contrario. No me hagan caso a mí, por supuesto. Sólo déjense llevar por el momento, por lo que les dicten sus entrañas.

    Tendemos a interpretar como malo aquello que tiene que ver con los sentimientos, porque parece que contraviene a la razón. Nada más lejos de la realidad. Identificamos lo moderno con lo mejor y radicalmente opuesto a lo tradicional, lo antiguo, lo rural y lo primitivo, que pasa a ser lo peor. Esto no tiene razón de ser. Hacemos lo que manda la masa y seguimos aborregados los dictámenes de la publicidad y lo comercial. Nos engañamos a nosotros mismos privándonos y privando a nuestros pequeños de una vida placentera y saludable por el qué dirán, por aparentar, por ostentar un poder en una jerarquía absurda. Además, lo que hacemos, lo que hacen todos, si no es lo mejor, no puede ser malo ¿no? Pues voy.

    Numerosos estudios han demostrado que llevar a los niños en el carrito, especialmente durante los primeros meses y años de vida, produce un desarrollo mermado de sus capacidades lingüísticas, motoras y espaciales. Desde que a partir de los sesenta se inventaran las sillitas o carros plegables con distintas funciones, se estila además, llevar a los niños mirando hacia delante, con lo que el contacto visual con sus padres, o quien los pasee, es menor. Incluso se ha podido medir que aumenta el ritmo cardíaco e influye en los patrones de sueño, originando más estrés y ansiedad en los bebés.

    Por si fuera poco, el aumento en el uso de minicunas y carritos hacen que el bebé pase cada vez más tiempo acostado. Cuando esto ocurre durante los primeros meses de vida, mientras el cráneo es moldeable, se corre mayor riesgo de producirle una plagiocefalia (deformación del cráneo) al bebé, y después es probable que queramos corregirle ortopédicamente con molestos cascos terapéuticos. Otras veces esto viene predeterminado por problemas en la gestación o partos instrumentales donde se han usado fórceps, ventosas y demás maniobras salvajes. Sí, han leído bien: me parecen salvajes. Pero en el sentido peyorativo del término, sin ninguna connotación positiva.

    Vemos como tribus y civilizaciones, actuales y antiguas, portan a sus bebés en la espalda, con fular, mei tai, pouch, bandoleras... (el manos libres de la no sofisticación) y muchos piensan que se trata de algo vulgar o una moda snob, hippie o barriobajera. Y son ellos los ignorantes, los que no están en la onda o como quieran decirlo.

    Confiemos en nuestro instinto. Una madre (y un padre) siente la necesidad imperiosa de coger a su hijo, arroparlo en su regazo y mimarlo. Quiere cantarle, mirarlo a los ojos, no perder su mirada, que no le roce ni el aire. Si pudiera, volvería a fundirse con él, aunque hay lazos que jamás se pueden romper y que por mucha distancia física que exista siempre estarán ahí. Pero el roce hace el cariño. El contacto y el apego son fundamentales para el desarrollo de los vínculos afectivos necesarios para una evolución plena y emocionalmente saludable. Una madre quiere sentir el calor de su hijo y darle el suyo para arroparlo. Lo necesita. Y con ello está contribuyendo precisamente a cubrir las necesidades básicas del bebé. Además, al llevar a su hijo en brazos, aunque parezca que el niño participa pasivamente de las actividades del portador, está aprendiendo el ritmo, las inflexiones del lenguaje, el comportamiento y la conversación con otras personas, el movimiento, las vistas... Algo que no percibe el niño que va tendido en el carrito. El cielo azul es precioso, las nubes pueden sugerir figuras... pero no podemos limitar las experiencias del bebé a un carrito: paraguas, capota, cielo... y de vez en cuando alguien que se asoma a ver el espectáculo.

    Cuando una madre (o un padre) coge en brazos a su bebé, esta creando un ambiente de intimidad. La oxitocina, hormona del amor, ayuda a la producción de leche materna y a cerrar el vínculo. El niño recuerda los vaivenes que tanto le gustaban mientras estuvo en el útero y alcanza el sosiego. Se siente seguro y esto le lleva a la independencia y a aumentar su autoestima. Es partícipe de la vida de sus padres y experimenta el mundo desde el balcón de los brazos de mamá y papá, sin miedos, sin sufrir el peligro de la soledad. Puede mamar a destajo y expresar sus anhelos porque mamá lo va a notar rápidamente y está ahí, pegada a él para satisfacerle.

    No puede uno más que rendirse ante lo natural cuando un bebé estira sus bracitos contento esperando a que lo cojan. El llanto de un bebé es insoportable. Remueve nuestras conciencias más primitivas, pero hay quien se hace inmune y se acostumbra escudado en falsos mitos y recomendaciones variadas. Yo al menos no puedo, pude ni podré resistirme a coger a mi hija cuando me sonríe, cuando llora, cuando viene hacia mí... En todo momento. Porque lo siento así. Quiero vivir con intensidad cada minuto. Cuando tenga 15 años estará tan inmersa en descubrir sola el mundo, conocer nuevas amistades, encontrar el amor... que no la tendré a mi lado físicamente para abrazarla a mi antojo y jugar con su inocencia. Dejando a un lado este egoísmo, y aunque no fuera así, es lo que siento. Quiero llevarla conmigo, no despegarme de ella y más que malacostumbrarla o malcriarla como dicen algunos, más que tener que pedirle que se eche abajo, es ella la que cada vez más quiere huir de nuestros brazos por sí sola con la seguridad de que sus padres SIEMPRE, de una forma incondicional, están ahí. Me gusta, me encanta pasear con su cabecita en mi hombro cuando está cansada, que venga corriendo a mis brazos con sus risa cuando me ve, que se quede dormida a pierna suelta encima de mí después de una agotadora y divertida tarde de juegos, sentir su respiración en mi cuello, ver sus cachetes colorados al lado de mi mejilla, que manche mi camisa de sus churretes... ¿Cómo me puede decir nadie que es malo que yo la abrace cuando me dice con su entrañable vocecita: -"Papacito, cógeme"?

lunes, 28 de noviembre de 2011

Jamón Ibérico y células madre


 


    Seguro que con este titular se me despistan. Pero tiene sentido. ¿Y qué tendrá que ver con la Pedagogía, la Crianza o la Educación? Calma, que no me ando con rodeos. Va de alimentación y lactancia.

    Recuerdo que tuve más de una discusión acalorada con mis padres, mi suegra y mis amigos. - ¿Pero cómo va a estar esa niña enganchada a la teta cada vez que quiera? "De siempre" se le ha dado diez minutos de cada una con eructo en medio y cada tres o cuatro horas. Y nosotros insistíamos en la lactancia a demanda. Es lo más obvio, pero se empeñan en contradecir al sentido común y, dicho sea de paso, a todos los estudios que evidencian científicamente esta sencilla pauta. Me pregunto cómo controlarían nuestros antepasados el tiempo cuando no existía el reloj. Cómo serían capaces de desatender el llanto de un niño desconsolado por hambre, sueño o ávido del calor de su madre. No cabe duda de que las mujeres estaban siempre dispuestas a amamantar a sus hijos, porque la naturaleza, la genética, la evolución humana ya se ha encargado de ello.

    He tenido que soportar muchas veces el desacertado comentario de alguna madre mientras su hijo lloraba: - A ver si me aguanta media horita más. Pero... ¿Con qué fin? ¿Con qué motivo? A estas madres les parece que alargar el tiempo entre las tomas le hace algún bien al niño que, desprovisto de demasiados mecanismos de comunicación - aunque son muchos para quienes los quieren ver - , llora para avisar de que YA tiene hambre, sueño, necesita el abrazo de su madre, le duele algo, tiene frío, calor o le molesta el pañal. "El llanto es un signo tardío del hambre". Lo he leído mil veces en todos los manuales de lactancia, los libros de Carlos González y hasta repica ya en mi cabeza. Probablemente el niño se ha chupado los puñitos, ha alzado los brazos unas cuantas veces para que lo cojan, no para de gimotear y llamar la atención... Pero nada. Hasta que no llore y coincida con el reloj, no hay teta (o bibi). Es como si alguien decidiera que tú debes comer a las cinco de la tarde y estás desde las dos que no te tienes en pie: a ver si aguantas un poquito más, campeón, que tú puedes. ¡Menuda putada!




    La lactancia a demanda es a de-manda. Vamos, que de mandar se encarga el niño (o niña, no se me vayan a poner ahora pesados con el género lingüístico que es por simplificar). A demanda significa que lo mismo le da por mamar cada media hora, que cada cinco minutos, cada dos horas... Y que puede que la toma sea de quince minutos, treinta, cuarenta y cinco o tres minutos. Todo va a depender de las necesidades del niño, la frecuencia de las tomas, si toma uno o dos pechos (mi hija sólo tomaba un pecho en cada toma y rara vez eran los dos; también rara vez eructaba y NUNCA ha tenido síntomas de dolor por gases), la intensidad... Y de muchos otros factores de los que no vamos a hablar ahora para no extenderme más aún.

    Así lo hicimos con Aitana y nos va de maravilla (cumple dos años en enero y sigue con su tetita a demanda). Olvidándonos del sitio -hago un inciso para recomendar un artículo interesante sobre esto - del reloj, de lo que dice la gente, la pediatra (no tomen esto como un desacato a la autoridad porque sus consejos dejan mucho que desear en múltiples ocasiones porque nos cuentan lo que queremos -quieren algunos- escuchar: ya hablaremos de esto otro día), mis padres, mis amigos y mi suegra.

     Es curioso que hasta que no llegó a mi casa publicidad de agua Lanjarón comentando que no era conveniente dar agua a los bebés si se alimentaban en exclusiva con lactancia materna al menos hasta los seis meses de edad, mi padre no se apeó del burro. ¡Cuántas veces me dijo: -"Dale agua a esa niña que el agua no puede ser mala"! En tono de cabreo y como avisando de nuestra supuesta irresponsabilidad. Tan sencillo que si se alimenta en exclusiva con leche materna, tiene cubiertas sus necesidades de líquido y todo lo que le entre de agua le quita sitio a su alimento, no se nutre en condiciones, no gana peso o lo pierde... y entramos en una espiral cuya salida suele ser el abandono de la lactancia. No sólo por esta cuestión, sino por otras más, lógicamente.

    Mi hija no ha tenido chupete (ni biberón). Es una imitación burda del pezón materno. Si tiene el pezón cuando quiere y lo necesita, usar chupe es una soberana tontería. Los bebés no toman la teta como chupete, sino que toman el chupe como teta. Si además se usa durante los primeros meses y se está dando de mamar, se corre el riesgo de que el niño confunda pezón y tetina y la lactancia no llegue a buen fin por la forma distinta de succionar. Todos nacemos con el reflejo de succión y a no ser que seamos prematuros, tengamos el frenillo sublingual muy corto y algún que otro problemilla más, si se adopta la postura correcta (barriga con barriga, parte de la areola también dentro de la boca, orientando el pezón casi hacia la nariz del bebé, etc...), todos sabemos mamar de la teta de nuestra madre y todas las madres (sólo hay un porcentaje creo recordar de un dos por mil o algo así con falta de leche: hipogalactia) tienen leche para dar y regalar, por lo que no hay excusas más allá de la ignorancia intencionada o no y de la opción personal de cada una para no dar el pecho. Exige dedicación (que no sacrificio, ya que sarna con gusto no pica), amoldar tus costumbres a una nueva realidad e incluso condiciona la vestimenta por la comodidad a la hora de dar el pecho, pero compensa y mucho por la experiencia y porque es lo mejor para tu hijo.

    Tiene todo lo necesario para sobrevivir y más. Existen en internet varios listados de los componentes de la leche materna comparada con la leche artificial y esta última siempre se queda bien corta, como era de esperar, por más que intenten emularla. Pero hay un detalle excepcional que se nos ha escapado por alto; y es a lo que me refería con la segunda parte del título de esta entrada: se acaba de descubrir que LA LECHE MATERNA CONTIENE CÉLULAS MADRE. Me van a perdonar que no ponga enlaces. Estoy vago a estas horas de la noche para facilitarles el trabajo: no me lo tomen a mal, pero sólo con ponerlo en google, veréis cuánto hay sobre este magnífico descubrimiento. Temblad, Almirón, Nestlé y las taitantas marcas de leche artificial. A ver cómo igualáis eso.

    Las papillas son de arroz, maiz, centeno, cebada... Mi hija no las tomó a los cuatro meses. Ni a los cinco, ni a los seis... El trigo lo comía en el pan que a partir de los cinco y medio se dedicaba a mordisquear: le encanta. El arroz, hervido, con algo de tomate o solo, con habichuelas, con trocitos de pescado o carne... Hay mil formas de alimentar a un bebé sin necesidad de acostumbrarlos a comer molido (no se ahogan, no, siguiendo algunas recomendaciones sencillas, no se ahogan: se pueden atragantar alguna vez, pero nada que entrañe peligro vital), ni hacer concesiones a las marcas multinacionales que compran para hacer potitos la fruta que a pesar de ser aptas para el consumo están extremadamente maduras (oxidadas), picadas, con golpes, ligeramente pasadas... cuando se le puede dar plátano, pera, naranja o manzanas, por ejemplo a trocitos o directamente dejarlos que jueguen a morder.

    No quiero decir que sea malo moler los alimentos, ni que haya que esperar necesariamente a los 8 meses como fue nuestro caso (por decisión de Aitana y no por la nuestra, ya que le ofrecíamos alimentos pero no los quería y NUNCA la obligamos a comer) para que un bebé empiece a comer otras cosas aparte de la teta, sino mostrar que es más fácil, "pedagógico", placentero... hacerlo de otra forma, dándole de comer lo mismo que se coma en casa pero sin sal o con poquísima y ligeramente desgrasado a ciertas edades, separando los alimentos para que conozca el sabor de cada uno y no dárselos todos a la vez molidos porque no sabe qué le gusta y qué no, qué le puede producir una alergia o malestar, etc... Y el agua en vasito. No lo hemos hecho por nuestra comodidad, pero también resultó convenirnos sin darnos cuenta. No hemos cargado con comidas aparte para Aitana, ni termos, ni leche, ni nada. Sólo pañales, agua y poco más. Comía y come con nosotros potajes, garbanzos, lentejas, espárragos, atún, pollo, huevo... y cuando no tenía dientes pero sí hambre de carne, aunque os suene raro o incluso asqueroso, le masticábamos un poco los trozos con los dientes y se lo dábamos. Así ha comido carrillá, ternera, cerdo, buey... saboreándolo y relamiéndose, acompañándolo con sopones de su salsita con pan, disfrutando de la comida, sin espurrear, sin ahogarse, sin prejuicios ni normas estrictas y absurdas (sí con precauciones y responsabilidad por nuestra parte, con información contrastada y fiable de qué darle en cada momento) escritas en la fotocopia de la pediatra, que era distinta a la tuya, la de mi prima de Cádiz, la de mi amiga de Bilbao y la de mi tío de Argentina, que elabora las papillas con frutas y alimentos que aquí no se encuentran con facilidad: habrá que ir a Cuba, Australia, Argentina... para importar lo que ellos consideran esencial en una buena papilla y seguir su orden o ellos el nuestro. Sólo hay unas pocas orientaciones probadas. Recomiendo encarecidamente la lectura del libro: "Mi niño no me come", de Carlos González. Y no confundirlo con "Mi niño no come", de la Supernnazy.

    Vuelvo a dejarme en el tintero ampliar y matizar algunas de las cosas que aquí he dicho pero ya debo terminar por el bien de sus ojos, si es que han aguantado hasta aquí. Concluyo.

    Y así, a día de hoy, si le preguntas a Aitana qué es lo que más le gusta, te contesta con su desayuno preferido desde hace casi un año (de ahí la primera parte del título de la entrada, otra vez extensa): jamón; y su indispensable e inseparable teta. Jamón y teta, jamón y células madre. Casi "ná".

 

domingo, 27 de noviembre de 2011

Educar en casa. Una alternativa a las escuelas

* En determinadas ocasiones, siempre que lo crea oportuno, alternaré entradas de mi autoría con citas o entradas de otras personas cuya profesionalidad, forma de escribir o aspectos varios que lo justifiquen quieran hacerlo. Daré voz a aquellos cuyas ideas me parecen interesantes haciendo de este blog un espacio más colaborativo. Tengo el placer de citar y reproducir en esta primera vez un artículo publicado por mi amiga Laura Mascaró en la revista Namaste, que no tiene ningún desperdicio: http://www.revistanamaste.com/educar-en-casa . El vídeo que acompaña y antecede al artículo no fue publicado en la revista.



     Por Laura Mascaró.

    Cada vez somos más las familias que decidimos hacernos cargo de la educación de nuestros hijos de forma integral y adquirimos el compromiso de educarlos en casa sin pasar por el sistema escolar.

    La decisión de no escolarizar a los hijos no es fácil en una sociedad que tiene tan arraigada la creencia de que la escuela es necesaria para el desarrollo de las personas. Sin embargo, cuando uno adquiere consciencia de cómo funciona dicho sistema y de la gran influencia que tiene sobre los niños debe necesariamente preguntarse si está dispuesto a asumir ese riesgo, a delegar la responsabilidad sobre los propios hijos durante tantas horas al día, durante tantos días al año y durante tantos años en la vida.
    Me pregunto si queremos que vivan su infancia y juventud a golpe de timbre, limitados por el calendario y el horario; si queremos que pasen los días haciendo lo que otras personas les dicen que deben hacer; si queremos que sean obligados a dedicar su tiempo a asuntos que quizás no les interesan; si queremos que sus formas de ver, pensar y sentir sean sustituidas por las de sus profesores o las de sus compañeros; si queremos que tengan que pedir permiso para hablar, levantarse, beber agua o ir al baño; si queremos que estudien cuando les dicen que estudien, que jueguen cuando les dicen que jueguen y que coman cuando les dicen que coman; si queremos que pasen sus años encerrados en una clase con otros veintitantos niños de su misma edad preparándose para el futuro, para ser algo en la vida y para tener un lugar en el mundo.
    Me pregunto todo esto y concluyo que quiero que mi hijo sepa escuchar a su cuerpo, que sepa tomar decisiones razonadas, que sepa reconocer a sus emociones y sentimientos, que sepa descubrir cuáles son sus intereses y sus pasiones, que sepa que tiene derecho a perseguirlos. Porque educar es más que enseñar a leer y a escribir. Educar es acompañar en el proceso de desarrollo de la personalidad, del intelecto, del espíritu y también del cuerpo. Quiero que mi hijo aprenda a relacionarse con todo tipo de personas estableciendo relaciones de igualdad. Quiero que sepa que no se está preparando para el futuro, sino que está viviendo el presente, que ya es alguien en la vida y que ya tiene un lugar en el mundo.
    Los niños que son educados en casa saben cuándo tienen hambre, sed o sueño porque no tienen a su lado a ningún adulto que pretenda saber más que su propio cuerpo. El sistema educativo no permite la diferencia, no valora la individualidad sino que uniformiza. Se pretende que todos aprendan lo mismo al mismo tiempo sin respetar los intereses, las aptitudes ni los ritmos de cada uno. El estado no debería tratar de imponer un currículum igual para todos. A muchísima gente no le ha servido de nada en la vida saber hacer una raíz cuadrada o analizar una frase. La mayoría, de hecho, lo hemos olvidado. Si hubiera alguna catástrofe natural y tuviéramos que volver a vivir como en la edad de piedra, ¿nos salvaríamos? ¿Sabríamos qué plantas son comestibles y cuáles no? ¿Sabríamos construir una cabaña o una canoa? ¿Sabríamos hacer fuego sin mecheros ni cerillas? Desde luego, las habilidades que nos ayudarían a sobrevivir no serían las que aprendimos en el cole.
    Pero educar en casa no significa que no hagamos nada, sino todo lo contrario. Nuestra clase es el mundo entero, y no dividimos el conocimiento en asignaturas. Esto va más allá de lo académico y creo que tiene mucho que ver con un estilo determinado de crianza. Considero fundamental que los niños se autorregulen, por eso en casa no hay horarios de comida ni sueño, por ejemplo. La autorregulación es una habilidad innata en todos los seres vivos. Sin embargo, los humanos empezamos a sofocarla desde el momento en que damos el biberón a nuestros bebés cada tres horas de reloj, en vez de dar lactancia materna a demanda. O cuando despertamos al niño porque consideramos, arbitrariamente, que ya ha dormido suficiente. O cuando les obligamos a dejar el plato vacío.
    Los niños que son dejados en libertad se autorregulan, también, en el estudio académico. Aunque mucha gente no lo crea, es posible que un niño estudie matemáticas porque le gusta y sin que nadie le obligue. La función del padre que educa en casa es la de hacerle ver todas las posibilidades que el mundo le ofrece. El niño no va a decirte que no le gustan las mates si no sabe que existen las mates. En cambio, si sabe que existen y, además, sabe que tienen una utilidad, él mismo va a querer aprenderlas. La automotivación es fundamental para que la educación en casa funcione. Y la automotivación es fundamental, también, para un correcto desarrollo integral de la personalidad.
Legalidad del homeschooling
    En España existe un vacío legal respecto de la educación en casa: la ley no la reconoce expresamente pero tampoco la prohíbe. Las familias que no escolarizan se amparan, por tanto, en normas de rango superior como el Principio general de Permisión según el cual todo aquello que no esté expresamente prohibido se considera permitido y en la Constitución Española, cuyo artículo 27 reconoce la libertad de enseñanza. Además, la Constitución las normas relativas a los derechos fundamentales y a las libertades reconocidas en este texto, se interpretarán de conformidad con la Declaración Universal de Derechos Humanos y los tratados y acuerdos internacionales sobre las mismas materias ratificados por España. Y dicha Declaración establece que los padres tendrán derecho preferente a escoger el tipo de educación que habrá de darse a sus hijos.
    Todas estas normas son interpretadas por la jurisprudencia en el sentido de que educación y escolarización no son términos equivalentes. Los juzgados y tribunales españoles vienen dictando sentencias favorables a esta opción educativa desde hace años.

viernes, 18 de noviembre de 2011

Mi parto


 


    Como ya he anunciado en alguna ocasión, me debo una crónica (siento que tenga que ser extensa) del nacimiento de mi hija Aitana: "mi parto". Sí, también mío, porque aunque la naturaleza me haya privado de poder engendrar a un bebé y dar a luz, no ha podido robarme la experiencia, gracias a que mi pareja quiso que la acompañara en este momento, de ver nacer a quien ocupa hasta el más recóndito hueco de mis entrañas.

    Leyendo en voz alta "La Revolución del Nacimiento" (de Isabel Fernández del Castillo) en la cama, nos dieron casi las dos de la madrugada. Nos rindió el sueño y apagamos la luz. Tres cuartos de hora más tarde una fuente de vida se abrió paso: Sara rompió aguas. Y poco a poco salió el tapón. Era agua limpia, cristalina, caliente... No olía. No sé por qué motivo hice un hueco en mi mano y probé el mar donde había navegado mi hija durante 39 semanas ante la mirada atónita de Sara. Sorbí porque quería vivir cada momento y experimentarlo. Era algo salada, pero agradable. Mi hija lo tragaba a diario: ¿por qué no iba a hacerlo yo?

    Mientras Sara se dio una ducha, recogí algunas cosas innecesarias para llevarnos al hospital. Yo también rompí la fuente: hasta 14 veces oriné antes de irnos. Le pregunté si se sentía con fuerzas para tenerlo en casa (ya lo habíamos hablado) y su respuesta fue la misma de siempre: "no estoy del todo segura". Llamamos a los dos hospitales que habíamos previsto para que atendieran el parto por si estaban de guardia los matrones o matronas con los que meses antes habíamos hablado, conocedores de que ellos respetaban la voluntad de la mujer de decidir cómo parir y apoyaban los partos naturales. No hubo suerte. Aunque habíamos presentado un plan de parto, no siempre te respetan.Ya haríamos valer nuestros derechos. Y así sucedió.

    Estuvimos casi cinco horas en casa, mientras notaba contracciones dispersas y dilataba poco a poco, en tranquilidad. Sara se puso a hacer ganchillo con sosiego: eran unas gasas para Aitana que le faltaban cuatro detalles. No llamamos a nadie para evitar rivalidades ni favoritismos entre ambas familias: todos quieren ayudar. Yo no iba a conducir porque debido a mis problemas cardíacos dejé de hacerlo hace un tiempo. Un taxi nos llevó al hospital, a 5 minutos de casa. Llegamos, insistimos en que quería cama, una revisión inicial, nos dieron habitación y a esperar. Avisamos después a algunos familiares que nos acompañaron hasta las 6 de la tarde, cuando ya las contracciones venían cada 15 ó 30 segundos. Sólo un par de tactos, 10 minutos de monitorización, plena libertad para andar ayudando a dilatar. Sin sueros, sin vía, sin enemas, sin oxitocina sintética, sin rasurar, sin ayuno... No hubo agobios ni imposiciones y aún así, como era de esperar, las dilatación se estancó durante unas horas. Varios paseos por el pasillo abrazados hicieron el resto y todo estaba dispuesto.

    Dolía demasiado, casualmente cuando una matrona con poca vocación y algo de mala leche le dijo que no empujara, que sólo estaba de 4 centímetros. Sara ya la sentía y dio un grito: "Yo empujo". Se acercó una ginecóloga, amablemente le pidió permiso para hacerle un tacto. Y efectivamente ya estaba ahí. Ella se había tomado la molestia de leer el plan de parto y nos dejaron solos en una habitación, en la cama, con hilo musical y nada más. La epidural y todo lo sintético se quedó en la vitrina. Y el potro obstétrico, allí en la habitación de enfrente.

   Y agarrada a mí con una mano, la otra en una de sus piernas y casi sentada en la cama (quería hacerlo de pie, pero le temblaban demasiado las piernas), entró en trance. Estaba como perdida, concentrada, sintiendo cada contracción y cómo bajaba Aitana. Ya no dolía tanto: la esperanza del nacimiento y el cuerpo, que es sabio, apaciguaron el dolor de forma natural. Ya asomaba la cabeza tímidamente, ella lo sentía y yo veía nacer a mi hija. El personal médico respetó los tiempos. Sólo se acercó un par de veces a la puerta entreabierta preguntándonos si iba bien. Salió su cabecita y Sara se relajó. Yo la estaba viendo salir. Me latía el corazón más rápido que nunca. La emoción me dejó perturbado pero atento, nervioso pero calmado, compungido, con ilusión: la mayor ilusión que he sentido (y creo que sentiré) nunca.

    Me pidió que llamara a la matrona. Entró la ginecóloga y una matrona. Ya estaba casi todo hecho. No hizo falta episiotomía. Ya iba a nacer, pero las contracciones desaparecieron. Un último empujón y a Aitana no le dio tiempo de rozar las sábanas cuando Sara entre gritos de alegría y lágrimas en los ojos la cogió con sus manos y la abrazó en su pecho. Llorábamos los dos, aferrados a nuestra hija. Ya estaba aquí, era preciosa: ¡Qué bonita es! ¡Qué bonita es!

    Mi hija estornudó limpiándose y se mordía los puñitos mientras la acariciábamos. Resbalaba, toda cubierta de vérmix. Yo tenía el cordón agarrado con una de mis manos, esperando a que dejara de latir. Al rato,  lo corté. Ya estaba unida a nosotros por lazos más fuertes. Poco después salió la placenta.

    No nos separamos ni un momento desde que llegamos al hospital. Siempre estuve con Sara a pesar de que en algún momento intentaron que me fuera . Tampoco me separé de ella y de mi hija cuando nació. No nos la arrebataron. Siempre con mamá. Otras veces en mis brazos. Al cuarto de hora de nacer ya estaba mamando. Cuarenta minutos saboreando una teta. Diez con la otra y a la habitación. Era evidente que el útero se había contraído bien. No había sangrado, ni restos. Seguíamos llorando. Besamos a la ginecóloga por habernos respetado e incluso hubo una matrona que también lloró. El parto fue precioso. Sara salió al pasillo con una sonrisa y diciéndole a nuestra familia que quería volver a vivirlo. Aquello fue maravilloso para todos.

  Y así, en su cama, pegada a mamá estuvo Aitana desde que nació el 2 de enero de 2010 a las ocho y diez de la tarde, con calor y teta. La cuna nos parecía fría y cruel. Estaba mejor en el regazo de su madre y en mis brazos a ratos. Ni una vacuna, ni un pinchazo, no queríamos que la lavara un extraño bajo un grifo: ya habría tiempo en casa para que nosotros le diéramos su primer baño. Yo le curaba el ombligo...Y así sigue. Ahora mientras escribo, 22 meses después, Aitana está durmiendo la siesta con su madre, mamando, con el calor que le dio al nacer. Y así duerme de noche, los tres en la misma cama. Y así ha ido durante el día, en los brazos de sus padres.

    Llegaron los Reyes al Hospital y yo seguía llorando de emoción. Me llamaban los amigos y volvía a llorar. Parecía que el baile hormonal que sufre la mujer tras el parto Sara me lo había contagiado. Hace poco leí que la testosterona baja de nivel cuando se tienen hijos, con la crianza en sí. Yo la debía tener por los suelos y así ando, que quien no me llama blandengue me llama "marujo" por expresar mis sentimientos, por vivir la paternidad con intensidad y conciencia, porque mi hija me ha trastocado los esquemas de valores y mi concepto de felicidad.

   Así lo viví yo y así lo vivo. Y aunque podría tirarme horas escribiendo cómo lo percibí, creo que nunca tendré palabras para expresar cómo fue realmente. No existen, sería limitar un sentimiento, cortarle las alas a algo tan bonito...

jueves, 17 de noviembre de 2011

Castigadores y castigados (I)



 

    Si no haces tus tareas, no irás al parque. Hasta que no te comas todos los garbanzos, no tendrás postre. Ahí no se toca (con tortazo en la mano incluido). A las 9 a dormir. ¿Otra vez te has hecho caca? ¡No me interrumpas! No te metas en nuestras conversaciones. Como te muevas de ahí te doy un cate. No corras. Cuando te digo que te calles, te callas. ¡Quieta en el carrito! No me llores por cuentos. A mí no me manipulas. No te lo voy a consentir más. Con dos tortas te pongo más tiesa que una vela (tirándole fuerte del chaleco). No me contestes. Porque lo digo yo... ¿Sigo?

    Lamentablemente podemos ver a diario esta sarta de órdenes y comportamientos punitivos. Démosle la vuelta al asunto: suponían que se trataba de una madre o un padre riñendo a su hijo ¿verdad? Aún en la suposición, a muchos nos duelen los oídos. Pues imagínense que se trata de un hijo "cuidando" de su madre anciana, enferma de alzheimer. Seguro que coincidimos aquí en que sin llegar a las manos, estamos hablando de maltrato. ¿Por qué si se trata de niños cedemos en el término y un "azote a tiempo" es educativo, un grito es porque no queda más remedio, un castigo "por su bien" y toda una batería de argumentos sin pies ni cabeza se convierten en parte de una "disciplina" que parece ser imprescindible para el pequeño?



    Seamos honestos y consecuentes. Se castiga a diario a los más indefensos con un flagrante abuso de poder. El castigador es poderoso y el castigado débil. Pero llega un momento en que cambian las tornas y entonces le echamos la culpa a la sociedad.

    Castigar es fácil y temporalmente efectivo en cuanto a la supresión del comportamiento no deseado por los padres. Pero puesto que carece de sentido, no hay explicación ni argumentos sólidos de base y reproduce un modelo coercitivo, vertical, jerárquico y autoritario, el éxito es fugaz: la prueba irrefutable de que el castigo no funciona es que casi siempre hay que volver a castigar. Ni aún así razonan muchos y reflexionan sobre esto. El hombre tropieza una, dos, tres... mil veces en la misma piedra. Y antes que reconocer ante la evidencia más sabia que están equivocados insisten en el error pensando que el castigo no funcionó porque fue demasiado leve. Mano dura entonces. Más de lo mismo y vuelta a empezar.

    El niño interioriza que para ejercer poder sobre otros hay que castigar, maltratar, pegar, gritar. Imita estos comportamientos volviéndose agresivo y castigador (a ciertas edades incluso violentos con sus padres y el resto de personas a las que quiere someter a su voluntad). Ahora el poder es suyo. Y no hay quién se lo arrebate.

    "De toda la vida se le ha pegado a los niños para corregir su conducta y no pasa nada". ¿Han escuchado alguna vez esta sentencia? Es probable que sí. Escudados en que aparentemente no existen consecuencias negativas o que si las hay no son preocupantes, todavía hoy se castiga verbalmente y lo que es peor (o no), físicamente, a los más pequeños. Tendemos a diferenciar grados en la violencia: "un cate no hace daño", "un bofetada de vez en cuando le va bien", "yo sólo le pego en el culo", "no le doy muy fuerte"... y tan panchos. ¿Dónde vamos a llegar? Pues castigar y agredir es un DELITO, señores. Sí, señores. No digo señoras, porque "de toda la vida se le ha pegado a las mujeres para corregir su conducta y no pasa nada"; "de toda la vida no han tenido voz ni voto y nos ha ido muy bien"; de toda la vida.... De toda la vida esto es maltrato, queramos vestirlo o no con eufemismos, palabros de moda y peregrinos argumentos. ¿A que tratándose del mismo discurso pero referido a una mujer -o un hombre, cómo no- la cosa cambia?

    Cuando surgen conflictos el manido conductismo no sirve. Las terapias de choque (el castigo inmediato, el grito, los "tiempos fuera", el bofetón...) no arreglan nada. Todo lo contrario: lo empeoran. Por más que la Supernazi esté de moda. UNICEF recomienda cinco pasos básicos para criar en positivo y sin castigos: calma, escucha, conversación, explicación y acuerdo. Esto es otra cosa. Dejaremos la sillita o el rincón de pensar para otra entrada.

    Si se castiga a un niño, el pequeño intenta realizar lo que estaba haciendo "sin que le pillen", porque no tiene conciencia de su mala conducta o no lo entiende. Y si deja de comportarse así, es justamente para recibir el premio del no castigo. Tiene miedo. Y un hijo nunca debe temer de sus padres. Se deteriora el vínculo y la relación. A ojos de sus progenitores es un "tirano" ingrato. Luego no podemos esperar demasiado de alguien que se cría con humillaciones, chantajes, privación de libertad y continuas faltas de respeto. No existe la relación de igual a igual. El padre o la madre es siempre juez y parte en el caso, por lo que difícilmente cederá. Y hay que ceder muchísimas veces (y pedir perdón) ante las lecciones de humildad, lealtad, agradecimiento, cordura y cariño que nos dan los niños cada día.

    Y como aquel que dijo... "Hagamos el amor y no la guerra".

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Duerme conmigo, hija mía.

    Una historia y el colecho.

    Dos de enero de 2010. Ocho y diez de la tarde. Frío. Nació Aitana. Renacimos nosotros. Por ahora nos basta con esto para resumir. Y a lo que vamos. En otro momento relataré el parto. "Mi" parto. Porque me hubiera encantado ser mujer para sentirlo físicamente. Me hubiera encantado ser mujer para amamantar a mi hija. Me hubiera encantado ser mamá.

    No se la llevaron. Ya se lo habíamos avisado a todos: estaría siempre con nosotros. Ni baños, ni pruebas, ni nada. Siempre con su madre, mi mujer, pegada a su cuerpo, mamando de su pecho, sintiendo el calor de su segundo abrazo continuo. Su cuna, los brazos. Y no esa ridícula caja de metacrilato del hospital que parece un escaparate frío, lejano, desolador, sin calor, ni olor a mamá. Nos parecía extremadamente cruel. No pudimos dejarla ahí, impasibles, como el que se ha despojado de algo, cuando incluso fuera, estaba más unida a nosotros que dentro. Aitana dormía, mamaba, soñaba... abrazada a Sara. Y cuando no, a mí.

    Ya colechábamos en el hospital. Llegamos a casa y teníamos la cuna adosada a la cama. Calentamos las sábanas con un secador, pero el cuerpo de un bebé no tiene cuerpo para mantener la temperatura. Y así nos pasamos tres noches, de la cuna (sin una de las barreras, completamente pegada a nosotros), al centro de la cama. Hasta que nos dimos cuenta de lo absurdo. La cuna empezó a coger polvo y Aitana, Sara y yo, a disfrutar plenamente durante la noche.

     Mi hija no se dormía en un carrito: sólo lo hace en nuestros brazos. No duerme sola, escuchando la música de cualquier aparato infantil. Le cantamos nanas y le susurramos. No está sola en su cuarto (ahora tiene 22 meses y sigue durmiendo con nosotros, afortunadamente), siempre que abre los ojos está mamá y papá, o alguno de los dos, con una sonrisa dándole los buenos días. No llora: se levanta jugando. Se duerme abrazada a su teta y se da la vuelta cuando le apetece e incluso dormida me acaricia los vellos del pecho. -"Mamá e chero" - "Papá, e chero". Aitana nos quiere y nos lo dice cuando lo siente, poniéndonos la carne de gallina, un nudo en el cuello, un acelerador en el corazón. Nosotros la adoramos: es nuestra vida. Se da todo por un hijo. ¡Qué os voy a contar!




    Todo el mundo opina y se entromete en la crianza de los hijos. Nadie es capaz de espetarle a la cara al vecino lo que tiene que hacer con los muebles de su casa, dónde tiene que ir de vacaciones o qué coche comprarse. Pero sí le dice que coger en brazos a los niños, dormir con ellos, dejar que nos interrumpan, amoldarse a sus tiempos... es malo. Que los están "malcriando". Y a veces son los mismos que les dan bofetadas "pedagógicas", les enseñan a dormir con el método Estivill (¡cuánto daño hace este hombre!) y se sienten orgullosos de que sus niños son "buenos" porque se quedan sentados sin chistar cuando salen de fiesta, se lo comen todo, ya no los castigan (los niños ya saben lo que es el miedo y no se comportan como quieren precisamente por eso, no porque entiendan el porqué) y no sé cuantos comportamientos deseables (por esos padres) más.

    Déjenme que haga lo que quiera que yo no molesto a nadie y sólo hablo cuando me piden opinión. Déjennos felices con nuestra crianza, con nuestros aciertos y nuestros fallos, que ustedes, también los cometen.

     Es cierto que el colecho está contraindicado si los padres son fumadores o bebedores, si toman ansiolíticos, son obesos, si tienen apneas... Y si la cama no reúne ciertas condiciones de ubicación en la habitación (lo ideal es tirar el colchón al suelo y que no haya obstáculos por ningún lado). Y para una información detallada les recomiendo este libro .

    Antes de cerrar esta entrada, recordarles que el colecho debe ser consensuado por la pareja: es una opción que contribuye a la lactancia materna prolongada y la facilita durante la noche permitiendo el descanso de todos; disminuye el riesgo de muerte súbita en el lactante; sirve para continuar y afianzar el vínculo materno-filial; promueve la autoestima y la seguridad del niño; aumenta el desarrollo intelectual y cognitivo del bebé; actúa como factor termorregulador, por el calor corporal; permite la sintonía física y emocional entre los padres y el hijo; también que el bebé escuche el latido del corazón de sus padres... Y un largo etcétera.

    Para mí, es inconcebible dormir sin mi hija. Necesito su aliento cada noche. Me gusta respirarla, sentirla, acariciarla y ver cómo mama de la teta de su madre. No quiero que se vaya de mi cama, aunque sé que un día, por sí sola, querrá dormir en su habitación. Mientras, no sólo sueño con los angelitos, sino que duermo con uno.

lunes, 14 de noviembre de 2011

Queridos Reyes Magos: No he sido bueno.

    Otra vez la dichosa pregunta: - ¿Cómo te has portado este año?. Vuelve a repetirse. Una y otra vez. Retintinea en mi cabeza la maldita pregunta: - ¿Has sido bueno? Si no, los Reyes te traerán carbón. De nuevo mentimos, insistiendo otro año más en mantener a perpetuidad la preguntita. Se la hacen sus padres, sus hermanos, los amigos, los familiares... Desde una posición altiva, casi amenazante. Entre amenazante, irónica y "graciosa". Detrás de una sonrisa y por supuesto con buen fin. Pero... ¿No nos damos cuenta?



    El niño alza su mirada pensativo y con una mezcla de estrés, nerviosismo e ilusión, contesta lo que le parece. Casi siempre es un sí rotundo. Si no, le traerán carbón. Y claro. ¿Para qué quiere él carbón? Él quiere juguetes. Pero sabe "que no ha sido bueno" porque ya se han encargado de avisárselo y recordárselo miles de veces, especialmente en vísperas de Navidades, cuando en los catálogos de los centros comerciales y las jugueterías están los cacharros que desean y que seguro le traerán a su compañero de clase, al colega del conservatorio, a la niña con la que juegan en el parque.

    Y "no han sido buenos" porque no han hecho su cama veintiquince veces en el año, no han recogido la mesa otras taitantas, se pelearon cuatro veces y media, dijeron diecicuatro palabrotas, no se comieron lo que le asignaron de comida otras cuantas o no respetaron las reglas que pintaron en la cartulina que hay colgada en su casa desde que algún psicólogo mediático instauró el carné de hijo ideal por puntos (a la hoguera el cartel  y al Defensor del Menor el programa deberían ir, por favor ). Por eso, se consideran malos. No ya sus padres, que saben que sus hijos son los mejores del mundo, sino ellos mismos, que ya lo han escuchado lo suficiente como para creérselo.

   Basta de mentiras y chantajes para que nuestros hijos hagan lo que nosotros queramos. Comprando sus comportamientos con regalos estamos inculcándole valores poco deseables. Le vamos a comprar sus juguetes por Reyes igualmente. A lo sumo, le ponemos carbón dulce para hacerles una broma. Hayan o no sido buenos (siempre lo son). Se hayan o no comportado como nosotros queríamos. ¿Por qué le ponemos trabas a su ilusión creándole un estrés innecesario y no dejándoles que disfruten de esta fiesta con total libertad e ilusión, sin miedos y sin incertidumbres?

   Este mensaje no acaba aquí. Estaría absolutamente incompleto si no leyeran ustedes una breve carta a us Majestades los Reyes Magos que está colgada en la red y ahora les enlazo. Tampoco le haría justicia parafraseando en mi reflexión lo que cuenta. Y para no repetirme, por favor, léanlo y firmen si están de acuerdo:

    ¿Has sido bueno?

¿Tecnología materna? No, gracias.

    La revolución tecnológica pretende instalarse en todos los ámbitos de nuestra vida. Y eso está bien. O no. Ya que hay determinados aspectos tan relevantes como la maternidad y la paternidad que no deben hacer demasiadas concesiones a artilugios tecnológicos, al menos a aquellos que pretenden sustituir los momentos de contacto físico , el tiempo de calidad y el trato directo, cariñoso y desinteresado de los padres con sus hijos. La crianza con apego, aparte de instintiva por ambas partes, es fundamental para un correcto desarrollo físico, cognitivo y emocional.

   Desde el chupete (burdo sustituto del pezón materno) o el carrito (no hay nada mejor que los brazos de una madre para portar a un bebé) como pioneros en esta carrera de sustituciones -aunque ya sé que tienen poco de "gadget"-, hasta los sistemas de videovigilancia, mecedores, móviles de cuna con detección de ruidos y que emiten la grabación de canciones, simuladores del latido cardíaco, etc... Y otros muchos artefactos que bien podrían ser considerados aberraciones de la modernidad, los "aparatos" parece que nos hacen la vida más fácil, cuando lo que ocurre realmente es que nos alejan de lo que en esencia es la vida.

    Está más que demostrado que el juego es imprescindible y beneficioso para el niño. Es realmente importante para su avance y  aprendizaje. Pero los juguetes no tienen por qué llevar doscientos botones, cuatro mil funciones y costar más de cien euros. A veces, un tubo gastado de papel higiénico, cola, unas tijeras, papel, pintura... combinado con un poco de imaginación y creatividad, consiguen mejor efecto para el entretenimiento del niño. No por ello hay que apartarlos de un videojuego, el ordenador, un ipad o el móvil, pero tenemos que tener en cuenta todas las posibilidades y no centrarnos en el consumismo absurdo y de moda para comprarles lo último sí o sí. Una buena educación en valores desde muy pequeños, hará que nuestros hijos entiendan esto y no se sientan molestos en aquellas ocasiones en las que, por las razones que sean, no queramos o podamos comprar el juguete que algunos de sus amigos tienen. Eso sí: todos nos damos caprichos de vez en cuando y las excepciones son parte de la regla.

    Los juguetes ayudan a crear estereotipos. Unos buenos y otros malos, aunque de entrada al hablar de estereotipos se podría pensar en que todos son malos por la connotación peyorativa que ha ido adquiriendo el término. Por eso se habla de la conveniencia o no de juguetes bélicos, de los tramos de edades recomendadas, de los que son o no sexistas, los "educativos" (todos lo pueden ser: probablemente muchos maleduquen también)... y ayudan a crear roles y normalizar situaciones cotidianas.

    Me he llevado una gratísima sorpresa, por lo que esto implica en los momentos que vivimos, como ya lo hice el año pasado (creo) con una muñeca de la misma marca a la que se podía amamantar (Bebé Glotón ) , al ver que se anuncia en televisión un NENUCO con una cuna de colecho. El niño no va a dormir solito , lo hará junto a su mamá y no tendrá miedo, argumentan en el spot acertadamente. No son sólo estas las razones y podrían matizarse, pero bien nos sirven para crear una imagen del bebé durmiendo con su madre. Sabemos que el colecho se practica en casi tres cuartas partes del mundo, ya sea adosando la cuna a la cama, durmiendo en la misma habitación con el bebé o en la misma cama (lo más recomendable si no hay circunstancias que lo impidan - ya trataremos el colecho en profundidad otro día - ) y que es la mejor (y bien demostrado ya)  opción para el descanso y la consecución del vínculo materno-filial, por más que la Supernanny, Stivill y otros seguidores del conductismo exagerado y casi dictatorial quieran hacernos ver.

    Por lo que supone en la normalización de este hecho en la actualidad y por que quede mi agradecimiento y el de mucha gente a esta iniciativa (producto/marca), os muestro aquí el vídeo. Queda abierto el debate.


sábado, 12 de noviembre de 2011

De vuelta

    Tras un par de años de descanso bloguero, os doy de nuevo la bienvenida informando de que estoy de vuelta. Se me han quedado muchas cosas en el tintero que iré desgranando poco a poco, muchas experiencias inolvidables, como el nacimiento de mi hija Aitana. Y debido a la cantidad de tiempo que le dedicamos, por prioridades, este blog se quedó sin contenido ni continuidad.

    Ahora, cuando precisamente he decidido estudiar Pedagogía en la UNED y con motivo (o mejor dicho, como excusa) de una actividad voluntaria de la asignatura Sociedad del Conocimiento, Tecnología y Educación, voy a retomar este proyecto, algo que siempre había tenido en mente durante este período de sequía en la red.

   Dos años han dado para bastantes lecturas y acontecimientos que no han hecho más que reafirmar mis ideas sobre la Crianza Natural y la Educación. Intentaré difundir paulatinamente todo aquello que me interese y que crea que tiene un sentido pedagógico claro (que incite a la reflexión y al debate, también) a favor de esta nueva ola, sin desvincularme de los tiempos que corren, conjugando tradición e innovación, incluso dándole su sitio a los avances tecnológicos y su relación con el ámbito educativo.

   Agárrense, que vienen curvas.