Nos pasamos la vida reprimiendo la libertad de los niños. Abusamos del poder que como adultos presuponemos que nos corresponde y en aras de su bienestar o de un futuro prometedor, de un mañana en el que serán personas "bien educadas", nos cargamos la infancia. Por culpa de nuestros miedos, de nuestras frustraciones, de nuestra infelicidad, de nuestro "querer aparentar"... descargamos en ellos todo nuestro malestar. Entiendo y supongo que inconscientemente.
Nos pasamos la vida enjaulándolos, apartándolos de nosotros cuando nos necesitan y llamándolos cuando no vienen porque ya se han ido. El otro día leí no sé dónde que la maestra llamó a tutorías a una familia porque tenía que "mandar a callar" a su hija muchas veces en clase. Pero curiosamente luego les recomendó que para mejorar su fluidez verbal le dieran la máxima conversación posible ¿? También encierran su voz , su emotividad, su pensamiento... Represión y más represión.
Se aparcan a los niños en el colegio. Muchas familias pensando además que es lo mejor para ellos. Al igual que piensan que es malo cogerlos en brazos o atender su llanto, entre otras muchas cosas. Pero, empecemos por el principio.
Nacemos y nos meten en una cuna de plástico esterilizada en el hospital. Nos llevan en un maxi cossi de última moda, o en un Moisés hasta casa. Para dormir, en una cuna con barrotes. Para jugar durante el día, en un parque de juegos. La siesta en la mini cuna, el paseo en el carrito, a comer en la trona... Con pocos meses a la guardería, sin mamá, ni papá ni ninguna figura de apego familiar (o no), con unos exteriores perfectamente vallados. Por las tardes, al parque: de nuevo delimitado y "acordonado". Más "mayorcitos" (con sólo tres años) al colegio que, por cierto, recuerda incluso en su estructura arquitectónica a las fábricas y las cárceles: ¡Qué casualidad! Largos pasillos o patios interiores que albergan galerías en varias plantas con clases llenas de presos... Digo, de niños, que se mueven a golpe de timbre -o se quedan sentados esperando al nuevo profesor- (cuando quizás están más entusiasmados algunos, otros no: los que están deseando que acabe, que son la mayoría) para cambiar de tarea o asignatura. Un ratito para el esparcimiento y desayuno (el bocadillo de la fábrica o el patio de los reos) y a seguir. Después las actividades extraescolares, que paradójicamente, muchas de ellas son el "refuerzo" de las escolares. Otras muchas, no elegidas por los niños y algunas en las que se divierten. ¿Dónde está el tiempo libre? ¡Ah! No se preocupen porque seguro que después de hacer los deberes, sus padres les dejarán ver un par de horas la televisión. La cena, la ducha (si es posible a la misma hora siempre), a ver los Lunnys y a dormir "(...) que tus padres quieren vivir". Como diría la sintonía de "El Hormiguero".
El verano casi siempre es otra cosa: vacaciones, tiempo libre, naturaleza, playa, correr, saltar, leer y hacer lo que al niño le apetece, le gusta y quiere. No hay tantas barreras. Y los padres, algo menos estresados del trabajo diario, los objetivos y el horario, se dejan llevar y a veces hasta son felices incumpliendo las normas con sus hijos.
Es normal que haya tantos llantos, depresiones y problemas de todo tipo cuando los niños están de vuelta a las jaulas.
Para reflexionar un poco, vamos. Otro día (mañana mismo, porque el cole da mucho de qué hablar) ahondaremos en estos asuntos. Es sólo... "un poné", digamos. Digamos los andaluces, ya saben, claro.