Prevención. Con el pretexto de la prevención se actúa descaradamente en nombre del bien. Prevenir mejor que curar. "Hay que acostumbrar a los niños a situaciones estresantes para que sepan afrontarlas en un futuro". Con este absurdo lema, adelantando un sufrimiento innecesario, muchas familias juegan con sus hijos. Increíble pero cierto. Las excepciones que confirman la regla se vuelven norma ante rebuscados supuestos. "Déjalo a cargo de la vecina todos los días mientras te vas al spa a disfrutar de tu merecido tiempo para cuando te ingresen taitantas semanas en el hospital por una mordedura de serpiente tailandesa albina". Ya sé qué es inverosímil, pero no crean que muchos argumentos distan de este que invento ahora.
Los adultos no nos pasamos la vida sufriendo hoy lo que pueda ocurrirnos mañana de forma fortuita e inesperada. Tampoco deberíamos imponerle este sistema a nuestros hijos. La vida sabrá ponerle las trabas suficientes para que de forma natural aprendan a superar la frustración. Cuando llegue el momento.
Lo que ocurre es que resulta tremendamente fácil criar a los hijos prestándolos a familiares, amigos y "cariñosas canguros". Abandonarlos (suena fuerte pero es así) desde los cuatro meses en la guardería (o escuela infantil, para que suene mejor), aparcándolos en el colegio desde los tres años, a pesar de que no es "obligatorio" hasta los seis, y "regalarles" supuestos ocio y formación en cuantas más actividades extraescolares mejor. Al llegar a casa, un poco de tele, cena, ducha y a dormir. Así, molestan muy poco. ¡Ah! Y se acostumbran a la disciplina horaria del trabajo aborregado del futuro. Y si lloran, que se acostumbren: es bueno para los pulmones. Y así sin más, sentencian muchos.
Escucho a madres que argumentan su opción de no amamantar, porque no pueden dejar el trabajo y a los cuatro meses no estarán ahí para cubrir sus demandas. Y, total... "para cuatro meses, no le doy el pecho (y de paso no se me cae)". Ingénuas. A lo último me refiero. Otras (y otros, por supuesto) no quieren coger demasiado en brazos al bebé porque se "malacostumbra". Tampoco quieren dormir con ellos porque piensan que es lo mejor e indispensable para su autonomía desde edades muy tempranas, privándoles de la gestación exógena, el contacto físico, el calor, la seguridad... En definitiva de las necesidades básicas de un bebé. Eso sí: para que no sufra cuando llegue el día en que "tenga" que dormir solo. "Porque si no, estará en mi cama hasta los treinta años". ¿De verdad lo creen?
Se compran el macabro libro de Estivill para "enseñar" a dormir a sus hijos y piensan que funciona sin dejar huellas imborrables del maltrato. Y el que ha leído se ampara en la resiliencia para aducir que "no pasa nada". Así se acostumbran. Y a lo que realmente se acostumbran es a sobrellevar esas deficiencias vitales, a resignarse, a que sus padres no estén cuando los necesita, al maltrato verbal y a veces físico, a que sus sentimientos no valen nada porque no son tenidos en cuenta o son "tonterías" de los niños.
Y sin embargo, la mayoría de las ocasiones, estos mismos padres son sobreprotectores. ¿O debería decir dictadores? Con el fin de que no se hagan daño, "educarlos" bien en modales, que sean correctos y "sepan comportarse", tienen el NO en la boca todo el día. Perdón: el poco tiempo del día que están con ellos, coartando así su libertad de experimentación, su desarrollo psicomotriz, su infancia... Estamos robándoles su tiempo y su cualidad de ser niños por un control y protección excesivos. ¡No corras! ¡No grites! ¡No saltes! ¡No subas ahí! ¡No interrumpas! ¡Cállate! ¡Comparte! ¡Cómetelo todo! ¡No pintes! ¡No te salgas de la raya! ¡No te ensucies! ¡No juegues! ¡Duérmete! ¡Obedece! ¡Sé bueno! Y otras miles de órdenes casi siempre injustificadas y desde luego, la mayoría, innecesarias para el bienestar del niño. Aunque por supuesto, hay ciertos límites en cuanto al peligro REAL y la intromisión en las libertades e integridad de los demás. Pero sería muy extenso de abordar ahora. En otra ocasión como monotema.